A todo aquel que me pregunta le cuento mi versión de los
hechos, con actuación incluida, lo miro a los ojos, pestañeo significativamente
y le digo: “Lo dejé”. Y es verdad, no miento, porque se supone que con eso de
madurar debía dejar de mentir y así lo hice. Pero como siempre, hay tierra
escondida debajo de la cama. Dejé al hombre que consideré el amor de mi vida,
después de tres años de relación, porque él me dio todos los motivos para
hacerlo. Todos. No porque quisiera.
Tenía que suponer el final desde el principio, lo conocí una noche en un boliche, él era amigo del novio de una amiga y yo juré haberme enamorado a primera vista. Lo cual era muy poco creíble porque esa noche yo había tomado como un cosaco y veía doble, o triple, o quien sabe. Pero así lo proclamé a los cuatro vientos totalmente convencida de que él debía ser el hombre de mis sueños.Mis amigas deben haber girado los ojos algo cansadas, porque por esa época solía encascarme con muchas cosas y él no fue la excepción. Al mes y medio, un 31 de diciembre medios borrachos nos pusimos de novios. Y yo decidí renunciar a mi sueño de casarme ocho veces como Elizabeth Taylor, sólo porque él lo valía. Pero no fue así.
La última vez que hablé él estaba en Cordoba, se había ido con los amigos en un viaje organizado durante la semana que nos habíamos pedido un tiempo. Porque si algo no perdió, fue efectivamente el tiempo. Y me decía muy seguro de sí mismo que yo me iba a arrepentir de dejarlo.
Me llevo meses tomar las fuerzas, meses de ataques de histeria, de llantos, de sentir que se terminaba el mundo. Estuve meses soportando cosas impensables, pero el día que me contó que durante esos días que yo le había pedido que piense si se la quería jugar por mí, había reservado un viaje con los amigos; toque fondo. Me encerré en una de las oficinas del trabajo, me miré al espejo y me prometí no volver a pasar por lo mismo.
Y ahí me di cuenta: Las mujeres nos enamoramos de estar enamoradas.
Tenía que suponer el final desde el principio, lo conocí una noche en un boliche, él era amigo del novio de una amiga y yo juré haberme enamorado a primera vista. Lo cual era muy poco creíble porque esa noche yo había tomado como un cosaco y veía doble, o triple, o quien sabe. Pero así lo proclamé a los cuatro vientos totalmente convencida de que él debía ser el hombre de mis sueños.Mis amigas deben haber girado los ojos algo cansadas, porque por esa época solía encascarme con muchas cosas y él no fue la excepción. Al mes y medio, un 31 de diciembre medios borrachos nos pusimos de novios. Y yo decidí renunciar a mi sueño de casarme ocho veces como Elizabeth Taylor, sólo porque él lo valía. Pero no fue así.
La última vez que hablé él estaba en Cordoba, se había ido con los amigos en un viaje organizado durante la semana que nos habíamos pedido un tiempo. Porque si algo no perdió, fue efectivamente el tiempo. Y me decía muy seguro de sí mismo que yo me iba a arrepentir de dejarlo.
Me llevo meses tomar las fuerzas, meses de ataques de histeria, de llantos, de sentir que se terminaba el mundo. Estuve meses soportando cosas impensables, pero el día que me contó que durante esos días que yo le había pedido que piense si se la quería jugar por mí, había reservado un viaje con los amigos; toque fondo. Me encerré en una de las oficinas del trabajo, me miré al espejo y me prometí no volver a pasar por lo mismo.
Y ahí me di cuenta: Las mujeres nos enamoramos de estar enamoradas.
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