El enojo simplifica las cosas, simplifica los sentimientos al extremo. Porque donde hay enojo, nada más puede instalarse. No le da lugar al amor, ni a la tristeza y mucho menos al perdón. Si el enojo se mete en tu corazón, este pasa a estar amurallado. Los sentimientos se van a colar a cuenta gotas y vas a creer que tenes todo controlado. Porque se camufla.
Podes estar enojado durante meses sin saberlo. Podés creer que superaste una relación porque no se te cae una lagrima, que hiciste un duelo o que te olvidaste de alguien, pero no es real. El que está hablando es ese sentimiento de mierda, que te impermeabiliza y desde las sombras opaca todas las otras sensaciones.
Los tres grandes enojos de mi vida fueron el divorcio de mis padres a los siete años, mi separación y la muerte de mi abuela Marta. Las tres veces creí que lo tenía controlado, y a los seis meses, que es lo que aproxidamente tardo en desenojarme según las estadísticas ,la vida me volteó.
Del divorcio de mis viejos no me acuerdo mucho, porque tengo memoria selectiva. Pero si recuerdo que al cumplirse el tiempo indicado, empecé a somatizar teniendo fiebre y durante meses lo padecí sin poder controlarlo.
En el segundo caso, mi separación fue demasiado sencilla, el enojo habló por mi durante los primeros seis meses. Lo eché de mi vida, le aseguré no amarlo más, y cuando ese sentimiento se apagó, me di cuenta que lo extrañaba demasiado y corrí a sus brazos.
Y por último la muerte de mi abuela… Hace seis meses. Me enteré, como algunos recuerden, estando a miles de kilómetros en el medio de la selva, a las diez de la noche y después de recibir la noticia me quede incomunicada. E hice lo único que podía hacer. Sentarme en la playa, respirar y tomar ron hasta no acordarme porque estaba tan triste.
Cuando volví, ya había pasado el velorio y no quedaban más que cenizas de una de las dos mujeres más importantes de mi vida junto a mi vieja. Y claro, también quedaba una bronca tremenda, no por haber estado lejos, sino porque estaba plenamente convencida que ella lo había elegido. Ella decidió irse, y el enojo no me dejó llorarla, no me dejó extrañarla, no me dejó hacer el duelo, ni me dejó escribir.
Pasaron seis meses, y recién hoy puedo decir que estoy enojada, muy enojada, no porque se haya ido, eso es parte de la vida, sino porque haya renunciado a vivir mucho antes de morir.
El enojo puede mover montañas, puede hacerte separar de ese inútil que no sirve para nada, puede sacarte de ese pozo en el que estas o puede impulsarte al lado contrario del que venías, pero aprovéchalo sabiamente. Porque cuando el enojo se vaya, el sentimiento que venga va a arrasar con todo.
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