El otro día twiteé “Nunca más quiero ser la que ame más”, y
casi me lo creo. Es más, a veces me lo creo. Me creo que aprendí que amar
desbordadamente te pone en riesgo constante, que sentir mucho te marea y que si
le das todo a otra persona te puede hacer, básicamente, mierda.
A veces me digo a mi misma:
“Che, como maduraste, cuanto sacaste en limpio de todo esto” y me sonrío al
espejo. Ingenua.
Después me doy cuenta que jamás me va a alcanzar una historia a medias, que sino me vuela la cabeza ni me gasto en intentarlo. Y me resigno a aceptar que sólo me gustan las historias que me queman los dedos. Lo que me espera, pobre de mi.
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