Hay cosas que nos generan impotencia, que nos dan bronca,
que nos nublan el juicio. La semana pasada me robaron el celular, y aunque no
me pasó nada, lo cual debo agradecer, un parte del enojo todavía me dura. Lógicamente
entiendo que debería estar agradecida de haber salido completamente sana de la
situación, pero no deja de indignarme.
Soy humana, pero sobretodo soy asquerosamente posesiva y
territorial. Y aunque vengan uno tras otro a predicarme el discurso zen de que
lo importante es estar sana, no puedo evitar apretar la mandíbula y contestar
de manera automática un “ya lo sé”.
Me indigna perder lo material, claramente, se llevaron un
celular que no voy a poder recuperar en el futuro cercano. Pero también me indigna
el comentario poco feliz de la gente que me sermonea por tener encima una
aparato tan costoso… Cómo si no me lo hubiera comprado honradamente. Cómo si no
tuviera derecho a tener lo que se me canta en mi bolsillo. O cómo si no pudiera
decidir qué hago con el dinero que gano con tanto esfuerzo.
¿En qué momento nos
volvimos rehenes de la situación? ¿En qué momento pasamos a vivir con miedo? Y
ahí pensás en todos esos casos en que no lo cuentan. Dónde un celular termina
significando una vida, y se te estruja el corazón… La saqué barata. Claro que
la saqué barata.
Hace cuarenta años mataban a mi tío abuelo por resistirse a
entregar su camioneta. La tristeza mató a su madre y acompaño a mi abuela toda
su vida. No tengo ni que pensarlo, claro que la saqué barata…
Pero no deja de ser injusto. Porque lo que más bronca me da
no es lo material. Si quisiera, y fuera lo suficientemente terca, podría
reponerlo hoy mismo. Pero no lo que estaba adentro. No voy a recuperar las
fotos con mi sobrina, ni con mis amigas, ni con mi familia. No voy a recuperar
las fotos de ese viaje maravilloso que hice, ni los vídeos de mis gatas
jugando. No voy a recuperar nada…
Dicen que hoy en día la ventana al alma no son los ojos,
sino nuestros celulares, y aunque suene muy trillado, para la gente de nuestra
generación es en su mayoría cierto. Para que se den una idea lo primero que
tuve que hacer, incluso antes de darle baja a la línea, fue cambiar las
contraseñas de todos mis mails y redes sociales. ¿No era ya lo suficientemente
indignante que tuviera acceso a mi privacidad, como para que también tuvieran
acceso a eso?
A la larga el enojo pasa, y solo queda la gratitud de estar
bien. Pero ojalá algún día no tengamos que vivir así, ojalá algún día no seamos
rehenes constantes de la inseguridad. Ojalá algún día no tengamos miedo de
salir a la noche, de entrar el auto, de caminar de madrugada para ir a trabajar
o de sacar el celular en un colectivo para avisar que estás yendo. Ojalá…
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