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domingo, 12 de junio de 2016

Rehenes de la Inseguridad

Hay cosas que nos generan impotencia, que nos dan bronca, que nos nublan el juicio. La semana pasada me robaron el celular, y aunque no me pasó nada, lo cual debo agradecer, un parte del enojo todavía me dura. Lógicamente entiendo que debería estar agradecida de haber salido completamente sana de la situación, pero no deja de indignarme.

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Soy humana, pero sobretodo soy asquerosamente posesiva y territorial. Y aunque vengan uno tras otro a predicarme el discurso zen de que lo importante es estar sana, no puedo evitar apretar la mandíbula y contestar de manera automática un “ya lo sé”.

Me indigna perder lo material, claramente, se llevaron un celular que no voy a poder recuperar en el futuro cercano. Pero también me indigna el comentario poco feliz de la gente que me sermonea por tener encima una aparato tan costoso… Cómo si no me lo hubiera comprado honradamente. Cómo si no tuviera derecho a tener lo que se me canta en mi bolsillo. O cómo si no pudiera decidir qué hago con el dinero que gano con tanto esfuerzo.
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¿En qué momento nos volvimos rehenes de la situación? ¿En qué momento pasamos a vivir con miedo? Y ahí pensás en todos esos casos en que no lo cuentan. Dónde un celular termina significando una vida, y se te estruja el corazón… La saqué barata. Claro que la saqué barata.

Hace cuarenta años mataban a mi tío abuelo por resistirse a entregar su camioneta. La tristeza mató a su madre y acompaño a mi abuela toda su vida. No tengo ni que pensarlo, claro que la saqué barata…

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Pero no deja de ser injusto. Porque lo que más bronca me da no es lo material. Si quisiera, y fuera lo suficientemente terca, podría reponerlo hoy mismo. Pero no lo que estaba adentro. No voy a recuperar las fotos con mi sobrina, ni con mis amigas, ni con mi familia. No voy a recuperar las fotos de ese viaje maravilloso que hice, ni los vídeos de mis gatas jugando. No voy a recuperar nada…

Dicen que hoy en día la ventana al alma no son los ojos, sino nuestros celulares, y aunque suene muy trillado, para la gente de nuestra generación es en su mayoría cierto. Para que se den una idea lo primero que tuve que hacer, incluso antes de darle baja a la línea, fue cambiar las contraseñas de todos mis mails y redes sociales. ¿No era ya lo suficientemente indignante que tuviera acceso a mi privacidad, como para que también tuvieran acceso a eso?


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A la larga el enojo pasa, y solo queda la gratitud de estar bien. Pero ojalá algún día no tengamos que vivir así, ojalá algún día no seamos rehenes constantes de la inseguridad. Ojalá algún día no tengamos miedo de salir a la noche, de entrar el auto, de caminar de madrugada para ir a trabajar o de sacar el celular en un colectivo para avisar que estás yendo. Ojalá…

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