A veces se me da por recapacitar, a veces hago catarsis en un blog, la
gran mayoría, sin embargo, sigo como venía. Más en estos tiempos, donde
precisamente si algo me escasea es el tiempo. Donde siempre hay algo más
urgente que hacer, o alguien a quien ver, o un trabajo que entregar.
Por eso cuando el alma me pide bajar un cambio y frenar intento hacerlo.
Porque sino después la angustia te cala el corazón y empieza a
entorpecer tu andar. Te traba los pies, te tapa los ojos y para cuando
te das cuenta las palabras mueren ahogadas en el pecho.
El año pasado tal vez haya sido el más triste de mi vida, no sólo porque
perdí a una de las personas que más amé, sino por muchas otras cosas
que se desencadenaron luego. Pero me sirvió, y como si de última
enseñanza de mi abuela se tratara, aprendí que la tristeza hay que
sacarla de adentro y transformarla en algo bueno. No sirve de nada
renegar con ella. Hay que aceptarla y saber que de vez en cuando te va a
visitar.
Cada vez viene menos, cada vez se olvida un poco más de mi,
pero cuando quiere pasar a verme la invito a tomar un té y le pongo
Sabina de fondo. Porque sin duda es tan terca como yo, y sé que cuanto
más la rechace, mas va a querer quedarse.
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