- Estas enojada, ya se te va a pasar B.-
- No estoy enojada, pero me siento estafada. Disney debería hacerme algún tipo de reembolso por el daño emocional que me hizo-
- Siempre dijiste que te ibas a casar 8 veces, ya estabas fallada de antes-
- Por eso mismo! Así estaba bien, y me hicieron creer que necesitaba de un alma gemela para estar completa. Que fraude.-
Mi amiga rodó los ojos y agitó el aire con la mano en un claro gesto
de desinterés. Yo suspiré, una costumbre fastidiosa que adquirí
después de que se me rompiera el corazón. Terminamos de almorzar, agarró
sus cosas y se fue. Pero la idea quedó revoloteando en mi cabeza. Desde
que nacemos nos imponen la idea de que para sentirnos completos tenemos
que formar una familia. Que sino hay amor, que no haya nada. Y que no
serán felices pero tienen marido.
Tanto nos inculcan esas ideas que a los doce años ya soñamos con tener
un novio o casarnos. Nos regalan un "bebe" para jugar a la mamá y una
cocinita para que aprendamos a querer la vajilla desde chicas. Ufff, heavy.
Nos venden a tal punto la historia de la princesa y el príncipe, que nos
creemos que Grace Kelly se sacó la lotería cuando se casó con el príncipe de
Monaco. Y nos olvidamos que ella ya era princesa por merito propio. Que
tuvo que abandonar su carrera, renegar de su vocación y dejar que su
Oscar acumulara polvo en un estante, por los brillos de la realeza.
No me malinterpreten, no me volví una cínica, por mucho que me lo
repitan a diario. Pero caí en la cuenta que al final la única relación
que tenemos toda la vida es con un mismo, y sino aprendemos a estar bien
con nosotros, después terminamos juntando los pedazos de nuestro amor
propio.
El otro día le decía a otra amiga que durante mi relación me pasó algo
muy loco, cuanto menos quería estar conmigo misma, más quería estar con
él. Y se volvió patológico, porque la forma más fácil que encontré de
ser feliz, fue a costa de un tercero. Tan enfermiza era la situación, que decidí
desplazarme de mi propia vida -porque OBVIAMENTE era más sencillo que lidiar con mis propias cosas- y puse en los hombros de mi pareja todo el peso de mi felicidad. Que perra egoísta.
Al final resultó bien para mí, un día me miré al espejo y no me cayó tan
mal la persona que se reflejaba. La invité a salir, le pregunté a que
se quería dedicar; dónde y cómo quería vivir y si era feliz. Me
sorprendió saber que no lo era, que hace meses tenía el corazón roto por
lo que ella misma se había hecho. Y me propuse hacerla feliz.
Y aunque jamás me lo hubiese imaginado, después de unos meses les puedo confesar que me encanta comer perdices sola.
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Haceme feliz!