Los cambios siempre son movilizantes. Este último mes, la vida me puso a prueba y me sacudió un par de golpes. Básicamente es por eso que no anduve por acá.
Salí del país por primera vez sola, me fui de vacaciones a muchos kms con el fin de reencontrarme con mi mejor amiga que hace casi un año no veía, renuncié a mi trabajo, volví a mi ex trabajo y falleció mi abuela durante mi viaje.
Hay muchos tipos de cambios. Los que son elegidos siempre tienen un sabor agridulce, porque aunque lo hagamos con la firme convicción de que son para mejor, siempre uno deja algo atrás por eso. Cuando uno se separa, puede saber en el fondo de su corazón que es la mejor decisión, pero eso no hace más fácil el proceso. Uno pierde muchas cosas aunque este convencido de que lo hace por un bien mayor. Y el miedo a no estar tomando la decisión correcta siempre empaña un poco la alegría.
Incluso cuando uno cambia de trabajo el bichito del pánico nos acosa. Pensamientos como: “¿Y sino me adapto?”, “¿Y sino soy lo que ellos esperan?” o “¿Y si dejo este trabajo y después me arrepiento?”. Pasan a taladrarte el cerebro una y otra vez. Las decisiones son difíciles porque nos someten a una elección, a una exhaustivo análisis donde uno tiene que ver los pro y contra de una situación y en base a eso ver lo que le conviene.
Para mí, al final de cuentas siempre hay una sola pregunta: “¿Me hace feliz?”. Si la respuesta es negativa uno no debería dudarlo, porque conformarse con algo menos que eso nunca es negocio. Estoy plenamente segura que la felicidad tiene que ser eso, una serie de pequeñas decisiones que nos hacen bien. Un trabajo, una pareja, un hobbie, un gusto, pueden hacer la diferencia para bien o para mal, siempre.
Pero hay cambios que no podemos elegir y esos casi siempre tienen un sabor amargo. Yo no pude elegir que mi abuela se fuera estando a tantos miles de kilómetros. No pude elegir nada. Porque si mi opinión importara ella se conservaría exactamente igual a la imagen mental que tengo suya. Hermosa. Pero dado que la vida es una perra, no puedo.
Con lo que me quedo es que incluso en esas situaciones que nos son ajenas, nuestras decisiones valen. Uno decide como enfrentar los duelos. Uno decide si se hace cargo del dolor o lo evade. Uno decide si se queda con los recuerdos bellos o con la enfermedad. Y sobre todo, uno y sólo uno, es quien elige si quedarse con el amor o con la tristeza.
A los cambios hay que hacerles frente y seguir, por mucho que nos duela. Un día a la vez, y lo demás se da sólo. O eso espero.
Gracias por tanto amor. Te voy a extrañar toda la vida.
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